domingo, 4 de marzo de 2007

El espanto de puntillas















Eine kleine nachtmusik, 1943 (Pequeña serenata nocturna). Dorothea Tanning (Ohio, 1912).

Vuelvo a cada rato a subir las mismas escaleras, rojas de cera de suelos perfumada. Y pesan tanto las cortinas de terciopelo verde que siempre pensé que un día me atraparían debajo, fagocitando esas carnecitas tiernas con fauces textiles llenas de polvo -mas polvo enamorado-... No era el espejo, ni ese marco pan de oro con dos cabezas de caballo, sólo órbitas, no era el rincón oscuro del guardaescobas, ni la habitación en la sombra, ni los primeros escalones hacia el piso que olía a fruta podrida.
Era el espacio que quedaba entre estas formas, un hueco oscuro, rodeado por los reflejos que el mar dejaba en el dorado, en la madera, en la baldosa granate, en esos dientes blancos que se caerían... era el espanto en persona que me soplaba en los tobillos y me obligaba a moverme de puntillas no fuera a pisar algo vivo. Los rizos de la nuca helados como un sudario y la imposibilidad absoluta de volver hacia atrás.


A los niños y al miedo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

...siempre había algo detrás de las cortinas pesadas de kilos...
un besito gatino...

Anónimo dijo...

El miedo atenaza el alma. Nos empuja a la inactividad y bloquea nuestras vidas.

El gran pecado del hombre es el miedo.

Fernando Pérez Fernández dijo...

El miedo preserva el aura, el aura preserva la ilusión, la ilusión preserva la presencia, la presencia preserva la seducción. Más allá se agazapa el terror, lo objetivo, el autómata. Servir al miedo, no servirse de él o volverse su esclavo - el ritual que nos protege de la realidad. Algo así dice Baudrillard. Los pecados son parte del milagro, sin ellos se pierden la llaga y su plegaria.

bebe dijo...

te dejo un susurro...

–La Solipsista Sorprendida– dijo...

bar¡
me encanto verte ayer.
besinnn